viernes, 24 de julio de 2015

Un concierto en la iglesia


Hoy es el concierto inaugural del Festival Villa de Hoyos, un ciclo musical que goza ya de una cierta tradición en la comarca. Se celebra en la iglesia de Nuestra Señora del Buen Varón, uno de los pocos templos con influencias románicas en los valles de Cáceres. El románico apenas llegó hasta esta zona: se quedó en Ciudad Rodrigo. No obstante, la iglesia de Hoyos conserva una sencilla pero hermosa portada tardorrománica, que algún cantero despistado, de los que trabajaban en Salamanca, debió de traer aquí, por azares de la vida o de la repoblación. Nuestra Señora del Buen Varón es un buen ejemplo de mezcla de arquitecturas y estilos decorativos: al exterior románico corresponde un interior gótico y un retablo barroco. La iglesia, de una sola nave, es poco profunda, pero muy alta. El techo aparece sostenido por sofisticadas nervaduras de arcos ojivales. El retablo mayor, que ocupa toda la pared del altar, data de principios del siglo XVIII y despliega, en oro, un complejísimo entramado de motivos florales y eucarísticos. El barroco tenía horror vacui y llenaba el espacio, fuese pictórico, escultórico, literario o musical, de una exuberancia sin límites, de una asfixiante plenitud. El eje central del churrigueresco retablo lo ocupan tres imágenes: la primera, una relamida Inmaculada renacentista, llena de sinuosidades y pulimientos, blanca y azul; la segunda, una talla del siglo XIII, pequeña y colorista, que da nombre a la iglesia; y la tercera, un Cristo crucificado. La más interesante es la talla medieval. En realidad, es un emblema de campaña, un estandarte de madera que los cristianos portaban en las batallas contra los moros. No es una figura plena, sino semicircular: por detrás está vacía, y todavía conserva las argollas en las que se insertaba el asta con la que era izada por el alférez. En algún enfrentamiento debió de perderse y apareció, tiempo después, en el arroyo del Buen Varón, en Hoyos: de ahí su nombre, que no alude, por consiguiente, a Jesucristo, sino a algún remoto caballero, desconocido hoy, pero célebre en su época por sus bondades o sus méritos. El concertista de esta noche es el violoncelista Héctor Hernández, «galardonado en prestigiosos concursos internacionales», como reza el programa. Y, ciertamente, lo ha sido: en Liezen (Austria), en París, en Toledo, en Madrid, en Hradec (Chequia). Sorprende que, siendo tan joven –tiene solo 21 años–, le haya dado tiempo a ganar tantos premios. Antes de que salga a escena, el alcalde de Hoyos, que se estrena en el cargo, da la bienvenida a los asistentes, y Paul Richardson, el escritor inglés residente en el pueblo y co-director del ciclo de conciertos, hace asimismo un breve introito. Paul es un periodista especializado en gastronomía que ha escrito algunos excelentes libros sobre la materia. Yo he leído con placer y provecho –y nunca mejor dicho– Cenar a las tantas, un relato de sus experiencias culinarias, que es también el de su adaptación (o inadaptación) a la vida en España, escrito con la característica contención e ironía inglesas. Héctor Hernández, vestido de riguroso negro, sale por fin al escenario y ataca piezas de Johann Sebastian Bach, Alfredo Piatti y Witold Lutoslawski. El programa me parece más adecuado para especialistas que para el público de un pueblo serrano. Tampoco hay piezas españolas. Quizás habría sido conveniente una selección más divulgativa, más próxima, con obras como, no sé, El vuelo del moscardón o El cant del ocells. Pese a ello, me gusta lo que oigo, sobre todo Lutoslawski, el más contemporáneo de todos: su Variación Sacher es todo un descubrimiento. No deja de sorprenderme que un instrumento solo pueda llenar el espacio como lo hace el violoncello. El abanico de expresiones y matices que despliega solo puede equipararse, en amplitud y riqueza, al del piano. Y tras cada una de esas expresiones y tonos va una emoción. La iglesia se llena de ellas: se enredan en las inflorescencias de las columnas, en las túnicas de los santos, en la lisura gris de las piedras. Observo al público que ocupa la sala. Hay bastantes niños: algunos resisten lo justo, y, antes de que la Suite para violoncello solo nº 6 BWV 1002 de Bach haya llegado a la zarabanda, ya se han desperdigado por la iglesia, con premioso sonar de chancletas. Otros, en cambio, aguantan estoicamente. Me fijo en un chico, delgadísimo, que apenas se ha movido en todo el concierto: me pregunto si será de verdad o un muñeco hinchable. Con los niños hay también muchas personas mayores, cuyo hieratismo no permite distinguir si están atentas o dormidas. Aletean abanicos o programas que hacen las veces de abanicos. La iglesia es fresca, pero el calor es fuerte. A nuestro lado se han sentado José Antonio y Toña, que acude al concierto con una bolsa isotérmica, en cuyo interior tengo la esperanza de que haya algo refrescante para beber, pero Toña frustra mis esperanzas. Detrás se han sentado unos vecinos nuestros, con los que tenemos el placer de compartir el muro que separa nuestros respectivos jardines, que ellos han coronado con una airosa verja de alambre. Gente estupenda. Entre pieza y pieza, el señor prorrumpe en sentidos «molt bé!, molt bé!». Su gusto para la horticultura es incierto, pero su sensibilidad musical resulta indiscutible. Marcel, el mexicano del pueblo –porque en Hoyos, además de un inglés y un chino, hay un mexicano–, revolotea a lo largo del concierto, filmándolo y fotografiándolo todo. De vez en cuanto, pasa por la plaza una furgoneta anunciando algo. Pese al grosor de las paredes, la megafonía se introduce en la iglesia. Chirrían entonces las notas de Hernández, pero sobreviven. Yo era antes estricto con esto: ningún ruido podía perturbar el desarrollo de un concierto o un recital de poesía; si lo hacía, me enfurecía. Hoy soy mucho más tolerante y pienso que, si una pieza de arte no es capaz de sobreponerse a esa perturbación, no es arte bastante. El concierto concluye con el protocolo acostumbrado: Richardson entrega un ramo de flores al concertista, que lo agradece emocionado, y este hace tres salidas para saludar a un público que no deja de aplaudir. Tras ellas, nos regala un bis: otra pieza de Bach. Luego, las luces se van apagando: las de la iglesia y también las de la tarde, que ya están en entredicho, y que muy pronto, entre golondrinas, murciélagos y nubes bajas, se habrán extinguido del todo.

8 comentarios:

  1. María Antonia de Miquel24 de julio de 2015, 15:53

    Hola, Eduardo,
    Hace poco que me topé con tu blog, pero desde entonces lo sigo siempre con gran placer. Me están encantando estas crónicas veraniegas y ha sido una verdadera sorpresa ver que en la última aparece mencionado Paul Richardson, pues yo fui la editora en España de su libro "Cenar a las tantas" (delicioso en todos los sentidos). Se confirma que el mundo es un pañuelo y el mundo de los blogs probablemente más.
    Gracias por estos buenos ratos.
    Saludos,

    María Antonia

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    1. Muchas gracias, María Antonia, por tu amable comentario. Ciertamente, el mundo es un pañuelo. Fíjate si lo es que he salido de mi casa de Hoyos después de leer tu comentario y me he encontrado en el bar de la esquina ¡a Paul Richardson!, a quien he informado de la coincidencia. Su sonrisa ha sido, como la mía, enorme.

      Y gracias, a él y a ti, por "Cenar a las tantas", que es, en efecto, un libro delicioso.

      Ojalá sigas atenta a estas corónicas mías. Es decir, a ver si soy capaz de mantener tu atención.

      Un gran beso.

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  2. Tus corónicas, Eduardo, son ciertamente un auténtico regalo, y las sigo también con interés desde que las descubrí este mismo verano. En ese sentido, aunque supongo que será premeditado, no te ofendas pero te quería preguntar si es posible que uses los puntos y aparte para facilitar la lectura. Si no, pues me aguantaré, que el contenido me compensa de sobras.
    Un saludo.

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    1. Muchas gracias, Ángel, por tu comentario. Celebro que mis corónicas te den algún momento de placer. Y no, no me ofendo porque quieras que introduzca puntos y aparte en ellas. Al contrario: agradezco tu interés, que revela preocupación por lo que escribo, preocupación de lector auténtico. Como bien sospechas, su ausencia es deliberada. Yo siempre he percibido la literatura como algo que fluye y que forma un todo. Por eso, en este blog mío, he querido que las entradas fueran compactas, una especie de bloque (aunque me doy cuenta de que la palabra tiene connotaciones negativas: espero que no se perciban como un bloque de cemento...), aun sacrificando esa claridad que aportan las separaciones en párrafos. Confío en que esa pérdida se vea compensada por la claridad de la prosa y del mensaje. Mi aspiración a un texto que sea un conjunto inseparable, como un cuerpo sin trocear, explica también la ausencia de imágenes en el blog: no quiero que nada distraiga de la palabra. Las "Corónicas de Ingalaterra" son un diario literario y nada más. Y muy apretado. Lo siento.

      Un abrazo.

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  3. Estimado Eduardo:

    Entiendo y respeto tu decisión, por supuesto. "No need to say sorry". Faltaría más. Es tu "casa" y continuaré mis visitas.

    Lo que dices en la parte final de tu respuesta, y no quiero sonar adulador, aunque lo suene, quería encarecerlo, porque se agradece que alguien confíe sólo (como si fuera poco) en las palabras cuando parece que, como la Alicia de Carroll, nos vemos defraudados si el autor no inserta imágenes o aditamentos, que hoy la cosa da para mucho.

    Como sabes perfectamente, las imágenes sirven para vender, manipular, y muchas otras cosas, pero no son imprescindibles para una bitácora literaria, e incluso pueden distorsionar lo que se quiere transmitir, donde el buen hacer del escritor, su manejo del lenguaje, es lo básico , y, una vez publicado el texto, la inteligencia e imaginación del lector son las que hacen el "trabajo".

    Ahora bien, del mismo modo que te digo esto, también reconozco ser un devoto del blog de Benítez Ariza, diario lírico y de lo mínimo, diario de escritor secreto e indisimulable poeta de guardia, no lo sé bien qué predomina, que trae un cuadro reproducido, o de los versos que trae a colación J.L. Sevillano en "Anaqueles Polvorientos", ilustrados siempre por una fotografía.

    Un abrazo.

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  4. Voy a quedarme un rato más por aquí...

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    1. Pues bienvenido, Jordi. Ojalá te guste lo que veas.

      Un abrazo.

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  5. A mí también me gustan algunos blogs con imágenes. ¿A quién no? Pero para el mío decidí que debían bastar las palabras. Es una opción como otra cualquiera. Pero para mí tenía, y sigue teniendo, importancia.

    Gracias otra vez por tu fidelidad lectora y por tu interés en lo que escribo.

    Otro abrazo.

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