martes, 29 de julio de 2014

Verano

Olor a romero. Días que no acaban. La verbena de San Juan. Tardes encapotadas, bochornosas. Lugares que solían estar llenos, vacíos. El colegio al que solo había que ir para hacer alguna gestión rezagada. Discutir de política con los amigos en una terraza de la Rambla de Cataluña. Sed. El autocar a Lérida. Una máquina en la estación que vendía bocadillos de salchichón. El autocar a Azanuy. Las fotos descoloridas de lugares pintorescos en el respaldo de los asientos. Los aljibes árabes en las rocas del camino. Las fuentes iluminadas de Montjuic. Olor a tomillo. Pantalones cortos. La gravedad de los geranios. La plaza mayor sin nadie. Bicicletas. El metro sin aire acondicionado. Tardes de domingo jugando al ping-pong en casa de Xavier. Sandalias. Una casa de adobe y paredes encaladas. Olor a trigo. Un azor. Un sombrero de paja. Noches maldormidas. Mi abuela abanicándose. La facultad, sola. El bastón de mi padre. Jugar al guiñote. Comer higos debajo de una higuera. Libros. Una tienda de juguetes en cuya fachada colgaban juguetes enormes. Una larguísima caminata hasta la playa. Buitres sobrevolando una res muerta. Olor a crema solar. Los pechos de las mujeres. Cartuchos gastados en el suelo. El agua verde y marronosa de las acequias y las balsas. El agua transparente que brota de un breve manantial, entre las cañas. El olor salobre de las duchas. Georgie Dan. Bocadillos. Una caminata aún más larga de regreso de la playa, bajo un sol implacable. La pelea por que mi madre nos comprara un polo. El polo del que nos tomábamos hasta el palo. Alins y la señora que vendía bebidas. Un águila, quizá. Polvo. Olas. Las notas del curso. Los paseos por la carretera. Las conversaciones en la roca del médico. Un triángulo de coco en el puerto, o un cucurucho de altramuces, o pistachos. El cielo alfombrado de estrellas. El ruido de los cascos de los animales de carga y de labor en las piedras de la calle. Olivas rellenas en el bar. Los tres toques de la misa. La pelota de Nivea. La piel reseca. Olor a colonia. Cuentos escritos en la soledad sudorosa de la habitación. Masturbaciones minuciosas. Siestas espesas. Olor a vacas. Juan, Fernando, Lidia, María Pilar. Ensaladas de tomate. Clavar la sombrilla en la arena y procurar que no se vuele. La recepción del cámping. Alba. El horno de la tienda de campaña. Un viaje a Béziers en un dos caballos. Un tornado sobre el Cinca. Tormentas bestiales. Comer zanahorias en una era. Escondernos entre la maleza al paso de un tractor, como si fuera un carro de combate enemigo. El agua que baja por la calle como un torrente amazónico. No madrugar. Olor a estiércol. Marie-Christine. Lagartijas en las paredes. Aviones con anuncios de pisos o cremas bronceadoras por encima del bosque de sombrillas. Gente a la puerta de las casas. Piscinas atestadas. El puente de las siete pilas. Junio en Francia. Las rodillas con mataduras. Frambuesas. Mosquitos. Los bailes en el bar. Rodajas de sandía. Lumumbas. Las uñas pintadas de mi madre. Partidos de fútbol al caer la tarde en los que me ponía de portero. Mi padre nadando hasta muy lejos. La mochila. Simon & Garfunkel. Jugar al asesino. Las fiestas de fin de curso. Olor a sal. Mis primas. Olor a esparto. Ovejas volviendo al corral por las calles. El melocotón del ponche. Truenos ferocísimos. Cenar en la calle. Saludar a todo el mundo. La toalla llena de arena. La verbena de San Pedro. Hablar de filosofía y de historia. Ir a la ermita. Construir una caseta. Torrentes pirenaicos. Pinos, encinas, chopos, eucaliptos, almendros. Prados escarpados. Comer almendrucos. El morder de los rastrojos en los tobillos. Los niños a un lado y las niñas a otro en la misa del domingo. Olor a vino. La serrería de la carretera. Casas de piedra y pizarra. Amontonamientos de algas. Helados de corte. Leer poemas en la terraza de un bar. El recuerdo a José Antonio y los caídos por España en una placa a la puerta de la iglesia. La Osa Mayor. Cinco quilómetros hasta Fonz. Granizados de limón. Subir al campanario para ver al campanero tocar. Turistas. Escuchar música en casettes. Vino con gaseosa. Ir a ver la televisión a casa del vecino. Perros. Orchatas. Organizar batallas con fusiles de madera. Bañarse en el río. Los tábanos. Calina. El Canto general de Neruda. Incendios. Sanguijuelas. Pedir una conferencia por teléfono. Que no quede ningún amigo en Barcelona. Ver pasar el tour en el Col d'Aspin. Interraíl. Aliagas. El afilador. Un fuagrás inolvidable. Hacer castillos en la arena. Enterrarse en la arena. El tiempo, infinito. Disparar a los pájaros con balines. Hablar aranés. Subir a una moto y agarrarme con firmeza a la cintura del conductor. Las fiestas del pueblo. Una familia de gitanos que hace números de circo en la plaza mayor. Liebres que saltan. Ir a las fiestas del pueblo vecino. Los peores resfriados del año. Bañadores ridículos. Familiares a los que no conozco. Un zorro que caza un conejo. Bolsas de pipas y los papelitos en el interior que regalaban camisetas de equipos de fútbol de plástico. Alacranes. Los hombros, quemados por el sol. Farolillos chinos. Louis Armstrong en la terraza del piso de Castelldefels. Empezar a fumar. Aután. Las Danzas Polovtsianas en un viejo tocadiscos. Los Harlem Globetrotters. Navajas y boquerones. La camiseta del Barça. Una depresión en el suelo del dormitorio de Chalamera. Tomarse un pastís, y luego otro, y luego otro. Sobrevolar Pau en avioneta. Mi tío Zenón. Charlie Brown, La Pantera Rosa y Vicky el Vikingo. Jabalíes muertos colgados de ganchos a la puerta de las casas de los cazadores. Comprar los libros del curso siguiente. Escribir un diario adolescente. Monjas que pasan de puerta en puerta, pidiendo. Mi abuela desnucando a un conejo de un golpe exacto. Cortes de luz. Una pareja de la Guardia Civil preguntando quién había hecho una pintada en su puesto. Candiles. Ricardo, José Manuel, Jordi, Pablo. Marañas de zarzas. Hacer las maletas. Morir. Renacer. 

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