jueves, 13 de marzo de 2014

Andreu Navarra

Andreu Navarra es un joven escritor de Barcelona. Dicho así, parece poca cosa, pero es mucho: Andreu pertenece a esa estirpe de autores que trabaja en silencio por la literatura. No fiestea, no sestea, no pedantea: avanza. Se relaciona con gente poco conocida, sin que le importe: le importan la amistad que le une a ellos y la literatura que ellos también escriben en silencio, como él. El entusiasmo que siente ante la obra que lee o la que escribe se corresponde con el que experimenta ante cualquier actividad de la vida. Pero es un entusiasmo recogido, del que participan él y sus íntimos, y, sobre todo, del que se beneficia la actividad desarrollada. Andreu, en realidad, tiene dos caras: es escritor, como digo yo, pero también es un radical antisistema, como dice él. Ha militado en una banda de rock anarcosatánico, cuyos miembros no se puede decir que cantaran: más bien berreaban, como los ciervos en la Sierra de Gredos. Pero se divertían un montón, sobre todo cuando algún grupo de fascistas llegaba para reventarles el acto y quería reventarles también la cara. Muchas opiniones de Andreu se corresponden con ese alegado espíritu ácrata: cuando despotrica del estado de la educación en España, por ejemplo, se diría un nuevo Mateo Morral que quisiera atentar contra todos los reyes del mundo o lanzar una bomba en la platea de todos sus Liceos. Tampoco le merecen demasiada consideración, sino una antológica colección de exabruptos, los políticos de este país, pero en eso hay que reconocer que no se diferencia de la mayoría. En realidad, Andreu es un antiburgués aburguesado, un antisistema prosistema: disfruta de sus ventajas -es un gozo verlo comer, por ejemplo, o recorrer, con ojos de niño, los estantes de novedades de las librerías- con la misma ferocidad con que critica sus injusticias; y es un responsable padre de familia. Andreu también es doctor en Filología y, como todos los filólogos que tienen la descabellada pretensión de trabajar como filólogos, ha pasado por un rosario de becas universitarias que han acabado en la cola del INEM. No solo por eso incluye a la universidad española en su diatriba general contra las instituciones del país: si hubiera conseguido una plaza de profesor (después de varias décadas sirviendo cafés, haciendo fotocopias y cobrando 300 euros al mes), seguiría opinando, con razón, que la universidad española es una calamidad. También ha sido profesor de un colegio privado de la ciudad, en el que se maravillaba de que alumnos quinceañeros, preocupados por el acné y guasap, por este orden, experimentaran placer estético con un soneto de Góngora. Si eso ha sido así, milagrosamente, es porque él ha sido un profesor milagroso. Pero, a pesar de ello, también el colegio decidió no renovarle el contrato. Ahora lleva varios años colaborando con la cátedra de historia de la Universidad Autónoma de Barcelona dirigida por Ricardo García Cárcel, y ha descubierto en ese ámbito, el de la historiografía, un campo profesional más fecundo que el de la literatura, y algo mejor pagado. Ha publicado varios estudios muy brillantes sobre el periodo republicano español y uno, por el que siento especial admiración, sobre el anticlericalismo hispano, y se prodiga también en artículos. Andreu investiga. No refríe, hojea, fabula ni improvisa: investiga. Siempre que nos encontramos, tiene a un nuevo autor en la boca, del que acaba de descubrir un escrito inverosímil, o una novela desconocida, o una opinión publicada en alguna revista marginal con la que desmiente la adscripción ideológica que se le atribuía. Eso le ha supuesto algunos reveses, pero también algunos parabienes, en la batalla de nacionalismos que se está librando en Cataluña y en España: que próceres del catalanismo, como Enric Prat de la Riba, no obedezcan a la ortodoxia nacionalista que se ha impuesto retroactivamente, resulta, cuando menos, perturbador, sobre todo para los ortodoxos. La vida de los intelectuales, y de cualquier persona, está llena de matices, de sombras, de contradicciones, y a su descubrimiento se aplica Andreu con la ingenuidad de un crío, pero de un crío lúcido, que sabe dónde buscar y al que le encanta hacer hallazgos inesperados. Andreu tiene ilusión y carece de prejuicios: eso le hace no rechazar necesariamente la independencia, por ejemplo, pero ser cáusticamente crítico con el independentismo institucional. Pese a su más reciente dedicación a la historiografía, Andreu no ha olvidado sus afanes literarios. Desde aquel ya lejano primer y hermosísimo poemario, Fiebre y ciudad, que una pequeña pero audaz editorial madrileña, Diógenes Internacional, publicara en una jaula, y que yo tuve el placer de prologar y de presentar en Barcelona, Andreu ha seguido publicando poemas, crítica literaria y hasta novelas, alguna de las cuales ha visto la luz en un lugar tan exótico como Puerto Rico. También ha escrito algún libro a cuatro manos, honrando la amistad: un acto admirable. Cuando se cansa de escribir, Andreu lee a Galdós o a Baroja; los lee durante horas, durante días, y así mitiga su tedio o su malestar. Otros van al psicólogo o toman pastillas: él lee novelas, cuanto más gordas, mejor. Hoy he quedado a comer con él en Laie, y me cuenta que un amigo suyo, brasileño y librero, le ha propuesto crear una editorial. Y él ha aceptado. Será una cosa modesta, claro -en las actuales circunstancias, no podría ser otra cosa-, pero Andreu ya piensa en títulos, y colecciones, y actividades de promoción. Le hago algunas sugerencias, y él se apresura a desenfundar un cuaderno que lleva en un macuto inverosímil y a tomar nota de todo. Le deseo suerte: va a necesitarla. Cuando nos despedimos, me voy a la Biblioteca de Cataluña, uno de sus hábitats naturales, donde nos hemos encontrado, por azar, varias veces. Bajo por las Ramblas y luego giro por la calle del Carmen. Paso por delante de la iglesia de Belén, esquinera, con su fachada de bizarras columnas salomónicas, donde antes se celebraban exposiciones de nacimientos navideños. A mi lado se para, en un semáforo, una de esas calesas que pasean a los turistas: esta lleva a dos. Uno de los jamelgos aprovecha la ocasión para soltar una rotunda plasta, que hace un sonido como de barro al caer en el asfalto. No son los guiris, en realidad, los que contemplan la ciudad, sino la ciudad la que les contempla a ellos: su carruaje es como una pecera móvil en la que nadan dos especímenes rubios, dos peces hiperbóreos. Veo después la lencería, sedería y pañolería "El Indio", que todavía conserva su frontis modernista, junto a la que cuatro aficionados del Manchester City, que han venido a ver hoy el partido contra el Barça, empuñan sus jarras de cerveza, breves apéndices de las enormes jarras de cerveza que son ellos mismos, y berrean, aunque no anarcosatánicamente: sus bramidos son una mezcla de canto y de ulular, una manifestación, ronca, intestinal, de la vieja alma vikinga, bien regada con lúpulo. Más allá, poco antes de llegar a la Biblioteca, paso por una plaza, la de las floristas de las Ramblas -así se llama-, en la que, es obvio, en algún momento ha habido floristas, pero yo solo he conocido unas casetas con mecanógrafos, continuación de aquellos escribanos callejeros que resolvían las necesidades de escritura de una población analfabeta. Uno iba al puesto con su original y, por una módica cantidad, el mecanógrafo atacaba la olivetti, grande como un bisonte, que ocupaba casi todo el espacio, y hacía tantas copias como fueran necesarias. Aquellos tenderetes tecleantes duraron hasta una época tan tardía como los años setenta del siglo pasado: yo los recuerdo bien. Ahora en la plaza solo hay obras, cuyas vallas, aparecen, como casi todas las puertas y fachadas de la calle del Carmen, cubiertas de grafitis. Entro por fin el la Biblioteca, para investigar: como hace Andreu.

2 comentarios:

  1. Magnífica reflexión sobre este "tipejo" para mi tan especial. Y por cierto, sigue bramando, no anarcosatánicamente (o al menos no de forma ortodoxa) pero brama, y de qué manera. Un enorme abrazo Eduardo.

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  2. A mí también me encanta!!
    Lo descubrí gracias a tí, Eudardo, y también a Isabel Huete!
    He leído varios artículos suyos en Internet y me han gustado; hay uno sobre Antonio Gamoneda -sobre su "voz"- muy bueno.

    Ahora tengo ganas de más...

    Un abrazo

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