miércoles, 8 de enero de 2014

Programas hacedores de siestas

Será porque llevo todavía poco tiempo aquí, pero aún mantengo algunas tradiciones españolas. La siesta, por ejemplo. Y la hora de la comida, que hago hacia las dos o dos y media de la tarde. Pero yo no he sabido nunca practicar el yoga ibérico, como lo llamaba Camilo José Cela -un buen escritor, a veces un magnífico escritor, que se extravió en los vericuetos de su propia personalidad-, sin un inductor del sueño. Así pues, tras la colación, me tumbo en el sofá y enciendo la tele. La televisión proporciona una información sociológica apabullante. Es fascinante comprobar la programación a esa hora, hacia las tres de la tarde. En España suele haber reality shows o programas de marujeo, contraindicados para conciliar el sueño, por el volumen de los gritos de los contertulios, y programas de animales. En realidad, no hay mucha diferencia entre ambos: en los primeros aparecen Jorge Javier Vázquez y Kiko Matamoros, por ejemplo, y en los segundos un orangután rascándose los testículos o una hiena hambrienta. Sin embargo, prefiero los documentales: me entrego al arrullo de la narración, hecha siempre con aterciopelada voz -que cuenta, pongo por caso, cómo el bonobo, también llamado mono kamasutra, solventa una discrepancia sobre la propiedad de un plátano copulando con su adversario-, y no tardo en dormirme. En Inglaterra, en cambio, hasta en tres cadenas distintas hay programas de subastas. Los ingleses sienten una verdadera pasión por la compraventa de antigüedades. Será un efecto más de su acrisolado espíritu mercantil. En casi todos esos programas hay un presentador que parece una mezcla de un personaje de Los papeles póstumos del club Pickwick y de Luis Antonio de Villena: el color de su americana chilla más que Mónica Naranjo y, aunque el interfecto sea ya un probo sexagenario, su pelambrera suele acataratarse en ondas, como las del príncipe Encantador de Shrek, o bien encresparse en tupés edificados por el peluquero que le cardaba el pelo a Margaret Thatcher. Además, si en España los personajes televisivos suelen caracterizarse por su amor a las corbatas, en Gran Bretaña prefieren las pajaritas. Aquí lucen el equivalente en lacitos a las corbatas de José María Carrascal, y, en algún caso abrumador, a las de Luis Aguilé. Durante un rato, sigo las evoluciones de Flog it!, el menos circense de los tres, que proporciona alguna información histórica y una tasación profesional de los artículos de los que quiere desprenderse la gente. Y me fascina observar el interés que despiertan, por ejemplo, un casco agujereado de la guerra franco-prusiana, o un perro, que parece un dinosaurio, en porcelana irlandesa, o un jarrón con motivos florales que es, diría yo, el objeto más feo del mundo, por los cuales se pagan centenares de libras. A ese interés corresponde la felicidad del propietario, que da brincos de alegría cuando la cosa es adjudicada (aunque no: saltos daría si fuera español; como es inglés, esboza una pálida sonrisa y musita que el resultado obtenido es wonderful). Pero hay que entenderlo: yo también estaría contento si me hubiera librado de semejantes adefesios. Cuando me canso de las subastas, paso a los canales deportivos, que también abundan. El deporte es otra de las pasiones de este país; es lógico: lo inventaron ellos. Hace algunos días, me dormí viendo críquet, y que me perdone mi amigo y criquetólogo Johannes A. von Horrach. Ayer descubrí un juego aún más soporífero: los dardos. Sucesivas parejas desfilaban por la pista (¿es una pista donde se tiran los dardos?) y lanzaban las flechitas con mecánica precisión. Me reconfortó comprobar que, para disputar este noble deporte, no hace falta tener el cuerpo de Usain Bolt: todos los que jugaban eran gordos. Quizá ser gordo sea un requisito para jugar a dardos. Los competidores lucían, además, gafas, pendientes y tatuajes, como si fueran figurantes de una película de piratas. Solo les faltaba sujetar una pinta espumosa de cerveza en una mano, mientras tiraban con la otra, para componer la verdadera estampa del lanzador de dardos. En esto, como en todo, el entorno hace al héroe. En España tenemos (o hemos tenido) solares pedregosos: por eso han salido jugadores de fútbol como Iniesta; en Inglaterra tienen pubs, y por eso juegan a dardos. Reparé en que los competidores no pretendían dar en el centro de la diana -el bull's eye: el ojo del toro, como le llaman aquí, por razones que ignoro-, sino en un punto de la franja interior, alternativamente roja y verde, que recorre el blanco. ¿Por qué, si la gracia de los dardos está en dar en el agujero pequeñito? Yo siempre he apuntado ahí, aunque nunca haya acertado. Bueno, una vez sí, pero fue porque no estaba mirando: me distraía la minifalda de una joven de la barra y su forma de beber la cerveza, lamiendo con la punta de la lengua la espumilla que quedaba en el borde. En cualquier caso, cuando los lanzadores daban donde querían, no solo ellos saltaban: también lo hacía el público, arrebatado de júbilo por que el dardo se hubiera alojado en aquel minúsculo espacio. Entre el respetable gritaban los incondicionales de los jugadores (las esposas, también gordas; los hijos, rubicundos, que seguían con orgullo los pasos del padre en la moqueta del pub), pero también simples aficionados, que alcanzaban el éxtasis con su puntería. Luego de algunas rondas de lanzamientos, mi conciencia, masajeada por aquel tedio sin igual, estaba a punto de apagarse. Y lo hizo, por fin, después de que alguien parecido al capitán Garfio, pero con los kilos de King Africa, clavara sus tres pinchos en una franjita verde de la diana.

3 comentarios:

  1. Curioso leer estos monólogos de intimidades o cotidianeidades, descritas con buena prosa, pero por otra parte tan alejadas del poeta que conocíamos. ¿Es esto literatura? Lee uno en Bataille: "La literatura es esencial, o no es nada".

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  2. No veo por ningún lado, compañero de arriba, que aquí ponga que se escriba poesía, o, si me apuras, literatura alguna. Más bien es un diario.

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  3. Queridos Lector y Anónimo:

    Comento vuestras observaciones en mi entrada de hoy, "¿Insignificancia o literatura?

    Y muchas gracias por tus palabras, Anónimo.

    Un abrazo.

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